Costumbres de Víznar en Abril
CALENDARIO FESTIVO, AGRÍCOLA Y DOMÉSTICO
LOS COLMINAREJOS
El Pago de los Cominarejos se sitúa en las laderas del Cerro del Molino del Pino, cerca del paraje del Tejar. Está orientado a Suroeste, siendo un lugar singular, soleado y por su altura de clima saludable y aires puros. En él abunda el monte bajo con especies arbustivas de condición aromática: el espliego, el romero, el tomillo, la mejorana, la jara, el cantueso, la gayomba, la ahulaga, la retama y otras tantas en las que las abejas liban para obtener la miel. El nombre real de este paraje , propio del provecho de la miel, que en él se instaló desde antaño, es en realidad “Los Colmenarejos” es decir, lugar propio de colmenas.
En estos parajes se tuvo por apropiado el asentamiento de colmenas, por la proximidad de una flora afín para el laboreo de las abejas y por estar al abrigo de vientos molestos y beneficiado por su orientación.
Unas referencias en el Catastro de la Ensenada en 1758, recogen el montante de esta actividad en manos de seis apicultores que cuidan treinta y dos colmenas de las que se obtienen en un año seis arrobas de miel y en lo tocante a la cera en veinte libras, que se vende la miel a veinte reales la arroba y a cinco la libra de cera.
En la actualidad no existe dedicación a esta actividad apícola, si bien existen colmenas aisladas para el consumo doméstico.
Referimos una escena que con cierta asiduidad ocurría y que quizá en cualquier momento pueda repetirse. Algunas veces la reina de una colmena emprende un vuelo migratorio y que, en su abandono, arrastra al resto de las súbditas produciendo así una enjambrazón. Se oye entonces incluso en la lejanía el zumbar de una nutrida colonia que busca otro asentamiento. Al final se cuelgan en la rama de un árbol, buscan el hueco del tronco de un olivo, la raja de un tapial o incluso se pegan en el quicio de una ventana.
En ese momento se avisaba a Manuel Sánchez “Teruel” que poseía maña y ardiz para desprender la pelotera formada por las abejas en torno a su reina. Ceremoniosamente se colocaba unos guantes o unos calcetines gruesos en las manos, una adecuada protección en el pecho, remetidos los pantalones, un sombrero y poco más. Pero todo era más decisión que precauciones pues bien sabía que las abejas en esta situación no picaban. Y con un golpe certero con un paletín de madera, el enjambre se desprendía cayendo a un saco. Y no perdiendo tiempo se enjambraba en una nueva colmena donde se habían dispuesto algunos cuadros de cera en los que las abejas felices y laboriosas en su nuevo emplazamiento proceden a cerrar los opérculos ya rellenos de miel. A veces se sabía desde dónde habían abandonado la colmena con lo cual se sabía a donde se habían de reingresar, para alivio de su propietario.
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