Costumbres de Víznar "Entrar en Quintas"
Por Salvador Ruiz Caballero
Se llamaba quintos a los jóvenes que al cumplir la mayoría de edad en España se iban a hacer el servicio militar obligatorio. Aunque el servicio militar ha desaparecido en España, en muchos lugares los quintos se han convertido en una tradición festiva, por la que los jóvenes, al cumplir la mayoría de edad, hacen una especie de fiesta para recordar a los antiguos quintos.
Se puede considerar también como un «rito de paso» que abunda en otras culturas al cumplir la mayoría de edad. Tenía una manifestación externa que establecía acudir el día de ser tallados con traje y corbata, signo y ostentación de la mayoría de edad que en este tiempo era a los veintiún años.
El nombre proviene de las quintas, el discriminatorio sistema de reclutamiento que estuvo vigente en España entre 1730 y 1912 y que tiene su origen en el reinado de Juan II de Castilla (1406-1454) durante el cual se estableció que uno de cada cinco varones debía servir en el ejército, disposición que Felipe V retomó en 1705.
Las quintas fue un sistema de reclutamiento forzoso de jóvenes para el Ejército de España que estuvo vigente desde la primera mitad del siglo XVIII hasta 1912 en que fue sustituido por el servicio militar obligatorio.
Al igual que el sistema de matrícula de mar para la Armada española fue objeto de un continuado y radical rechazo por parte de las clases populares, que eran quienes lo sufrían (era la «contribución de la sangre»), ya que las clases medias y altas contaban con dos métodos para evitar que sus hijos fueran reclutados: la redención en metálico (pagar al Estado una cantidad de dinero) o la sustitución (pagar a otra persona para que fuera en su lugar).
Con el establecimiento del servicio militar obligatorio aprobado en 1912 por las Cortes a propuesta del Gobierno de José Canalejas se pretendió acabar con esta discriminación al ponerse fin a la redención en metálico y a la sustitución, pero los hijos de las clases acomodadas siguieran eludiendo el servicio militar (aunque no totalmente) con los llamados soldados de cuota, figura que no sería suprimida hasta 1936, bajo la Segunda República Española.
Fuente : Wikipedia
Acudir al requerimiento para hacer el Servicio Militar se iniciaba en los días primeros de febrero. El alguacil giraba visita a los hogares en los que un varón que cumplía los veinte años a lo largo del año en curso ha de presentarse en el Ayuntamiento en el tercer domingo del próximo mes de marzo a las diez de la mañana a fin de “ser medido”.
Era el día en que se “medían los quintos” que, tras comprobada su filiación, se les pesaba y tallaba además de un reconocimiento médico que les habilitaba como útiles para ingresar en filas. Los interesados podrían en este momento aportar alegaciones que con el montante de los datos recabados se envían al Gobierno Militar bajo diligencia y rúbrica del Juez de Paz.
Tallador de quintos, para medir la altura de los futuros reclutas.
En torno a esa fecha, como todos se conocen, se organizan para celebrar la quinta. Es cosa es sencilla: juerga, juerga y juerga. Por lo pronto avisar al Murcia o al Negro, habituales acordeonistas, que van a ser los animadores de todas y cada una de las reuniones:


Lo primero echarse a la calle al grito de ¡Vivan los quintos!, que autoproclaman y se responden una y otra vez. Así, días y noches. Dos de ellos llevan de las asas una arroba de vino mientras que otros en jarrillos de aluminio beben y dan de beber a quienes se cruzan con ellos o les esperan en las puertas. También se repartía tabaco, negro y rubio.
Lo segundo matar un choto o un borrego, guisarlo al ajillo o con aliño y en torno a la sartén compartir con amigos. Cuidado que lleva picante. El acordeón da fuelle a pasodobles, tangos o charangas.
Por la noche serenatas a las novias, de balcón en balcón, de ventana en ventana. En su recatado pesar, saben que los días corren y antes o después estarán lejos unos de otros. Tiempo de ir preparando sobres y sellos.
Toda la tropa gira visita a cada casa de los quintos, con el acordeonista, claro. En la casa les reciben padres, hermanos y familiares. Refrigerio, alegría y quizá algunas contenida lágrima. Las madres ocultaban cierta pesadumbre, el padre manifiesta su orgullo por tener ya un hombre, los hermanos mayores reverdecen lo que ellos ya experimentaron, las hermanas presienten que su hermano les traerá una muñeca vestida de soldado.
Otro día en la Sierra los quintos hacen su juerga más sonada. Aparejan un mulo con serón o capachos. Y dentro la sartén, la garrafa de vino, el choto que se mata en el momento, la rasera, aceite, pimientos, ajos…y pan recién horneado. Cada cual con su navaja, o un palo que se ha afilado para pinchar en la sartén.
Las fotos que ilustran el momento inmortalizan sea cual fuese la quinta una uniformidad en esta reunión tan fraternal. La quinta, efectivamente, crea lazos fraternales de por vida entre los quintos. Es corriente oír “a mi quinto le salió trabajo en el tejar”. “Paco es mi quinto” equivale a decir que hicieron la mili juntos o que tienen la misma edad. A veces se refiere “yo soy de la quinta del 43” (p. ejem) antes de identificarse por la fecha del propio nacimiento. Llamarse uno a otro: ¡Oye, quinto!
Lo demás ya se sabe. Los meses pasan con prisa y en noviembre la Caja de Reclutas expone el sorteo con indicación del remplazo de incorporación. España tenía destinos en la península, algunos naturalmente más lejanos de Víznar. También Baleares y Canarias, Ceuta y Melilla, y en su día lo fueron las plazas militares africanas del Aaiún, Sidi Ifni o Villa Cisneros.
Los Quintos son festejados por todos los vecinos… los más mayores recuerdan con cariño cuando ellos lo celebraron y los más pequeños miran con ansia el día en el que pasen a ser quintos y así poder cumplir con la tradición de su pueblo.
En ese momento ya puedes decir que alguien es tu «quinto,» cuyo significado lleva implícito el concepto de amistad. Durante esta celebración no faltaba la comida preparada en cada casa por las madres y a las que acudían todos los quintos sin dejar ninguna por visitar y por supuesto el vino, que era casi la única bebida que acompañaba a los nuevos «hombres».
Con la quinta del 82 desaparece la obligatoriedad del servicio militar, pero siguen conservándose en muchos sitios las tradicionales celebraciones de los quintos, pero ya, en pocos lugares con el entusiasmo y la participación del pueblo entero que se dejaba envolver por la alegría de los jóvenes al cumplir la mayoría de edad.
Está tradicional celebración va perdiendo adeptos y participantes en muchos pueblos para quedarse poco a poco en el olvido de aquellos que pudieron disfrutar de tal celebración, sumándose así a las demás tradiciones que marcaban la vida de los pueblos y que hacían de ellos esos lugares tan mágicos, especiales y únicos.
Ya se van los quintos, madre,
ya se va mi corazón,
ya se va el que tiraba
chinitas a mi balcón.
Autor: Salvador Ruiz Caballero
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