Andar por casa - nuestros juegos infantiles



Acercarse a nuestros juegos tradicionales, ligados a nuestra infancia, es un acercamiento al folckore, a las costumbres, a las creencias válidas de un pueblo, en definitiva al patrimonio, no siempre preservado, de una comunidad. El ser y sentir que brota de la bondad humana, pues en ningún juego se esconde la malicia, antes bien fomenta prácticas de solidaridad, potencia lazos y valores que perpetúan a lo largo de nuestras vidas. Cada juego en particular y todos en general tienen como tesoro la actividad física, el canto, la habilidad o la memoria, la creatividad, la pugna bien entendida, la comunicación como base del entendimiento y el respeto.
Nuestro paisano D. Blas Caballero, al referirse a estos juegos, a los juegos de su infancia, que en definitiva poco difieren de los nuestros, comentaba:
El juego infantil, en grupos, revela no sólo un nivel cultural demostrado, sino también un cierto grado de moralidad social, de tal modo que se podría formular un supuesto: Dime como juegan los niños de tu pueblo y te diré como vivís, cual es la naturaleza de vuestra sociabilidad.”


EL ESPACIO
Casi todos los juegos colectivos o individuales tienen como escenario la Plaza, teniendo su limitación en las embocaduras adyacentes y una prolongación en la inmediatez de la Noguera. La salida al recreo de la escuela era ya de por sí quien acotaba el uso de este espacio, aunque fuera del horario escolar, cualquier barrio, plazoleta o calleja servían para organizar estos y otros juegos.
Mencionamos de forma singular a la Noguera, como un ensanche adecuado para jugar a las canicas, al tejolete o la lima, la navaja y algún otro juego como el trompo, la rayuela, y el más íntimo divertimento con las tres en raya, la china, el reloj reloj, el gavilán…. La Plaza, más espaciosa y despejada permite que los niños organicen el Salabaja, el cortahílos, Churropicoterna, Salto de la Pidola, el correcalles...

En rincones ya preestablecidos y respetados se adecúan distintos juegos, eso sí, haciendo la salvedad que los niños con los niños y las niñas con las niñas, es norma fielmente observada. Juegos de niños en los que no toda la Plaza, por ser un juego de persecución de larga carrera que crea la desbandada entre perseguidores y perseguidos. Este y otros juegos requieren esfuerzo, que provoca de tanto trajinar, sudorosos zagales que pronto se sacian de agua en la inmediata fuente.


 
Queda espacio para jugar a las chapas, a los platillos se dice por aquí, a los montones, las cajillas, los cromos o las cañas, vertientes más serenas en la cunita, el sacatós y piedra, papel y tijera. Juegos de grupo también de serena apariencia son Ahí va mi gavilán, Tranca la tranca y el juego en solitario de lanzar la pelota a la pared salmodiando “Hombritos, coditos, caderas”…
El inventario no queda agotado, pues los juegos tienen carácter inmaterial, y se amoldan a cambios y variantes poco significativas, con normas acomodadas y consentidas, quedando el juego renovado y consensuado a unas versiones sui generis.
El toque del Ángelus es la señal convenida para que niños y niñas regresen a sus respectivas filas, tras beber agua en la fuente o en el Pilar de la Noguera o el del Barrio Bajo. Y de nuevo a la clase soñando en que llegue la una y reanudar una partida de bola a los pitazos, cambiar cromos..y dar rienda suelta a la imaginación en éste o aquél rincón donde esperan compañeros y compañeras ávidos de proponer juegos.
 
Y seguidamente acudir a la casa para almorzar, y con el bocado en la boca, salir de nuevo a la calle, a las recoletas placetillas, incluso a las eras, para de nuevo engancharse al dale que dale de la comba, limas, trompos y platillos, … y si se reúnen suficientes jugadores porfiar en el pañuelico. 

Por el Barrio Bajo suben atajando la calle, niños y niñas a la par: Atajar la calle, que no pase nadie, que pase la justicia y el señor alcalde.” Bueno, si venia una persona con su cesto de comprar, o una bestia con su serón repleto de estiércol, las entrelazadas manos se soltaban y en señal de respeto se les concedía el salvoconducto de seguir camino. Primero la urbanidad que el juego.
Ecos nuevos de El Cochecito Leré, y si el día estaba nublado, desafíos al cielo con “Que llueva que llueva, la Virgen de la Cueva”. Travesuras en la fuente, travesura de persecución a las bocanadas, que acaban por poner a todos “ajilos” y cuando menos acabar enfadados por un buche de agua por el cogote. Existía la estrategia de hacerle mojigangas a quien viene con la boca llena y de la risa acaba por vaciarla.
Pero todo no se queda ahí. Salir de la escuela, comerse la merienda de pan, aceite y azúcar, comprar en el puesto de Celestino media onza de chocolate, un membrillo… y volver esta vez a nuevos escenarios para jugar al futbol con un balón de trapo, con dos peñones de portería, refrendados por los saquitos o las chaquetillas amontonados sobre ellos. Sudor y jadeo con un marcador en la memoria y sin árbitro.
Cuando oscurece, al escondite, a policías y ladrones. La complicidad de la oscuridad como aliada a estos juegos repletos de astutas maniobras, maniobras en la oscuridad. Y los policías se creían policías y los ladrones, para no ser menos, se creían ladrones.
Siempre tienen cabida los juegos dentro de las casas. El parchis y la oca, luego vendrían los Juegos Reunidos Jeiper. Con los padres se jugaba a la ronda, a la brisca, al cinquillo, a las siete y media. Las damas menos y el ajedrez mucho menos. No eran juegos extendidos ni entre chicos ni entre grandes.
Pero, eso sí, estaban los cuentos troquelados de la Ratita Presumida, el TBO, El Capitán Trueno, Tintín… Y los Reyes Magos que, generosos, traían sus camellos cargados del Mecano, los Rompecabezas, las Arquitecturas, pistolas de mistos correales, correajes y sombreros de comisario, con su estrella de placa, muñecas que abren y cierran los ojos, o que al tumbarlas e incorporarlas lloraban.
Esto vino después, porque nuestras madres refieren una Noche de Reyes con un mantecado y dos mandarinas.

Autor Salvador Ruiz Caballero
 







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