LOS SANTICOS DE CUSTODIO
o
EL PESCADO EN VÍZNAR
Relato corto de una larga historia
DEDICATORIA:
A nuestro buen amigo y vecino Custodio.
Siempre lleno de optimismo y vitalidad.
Situamos este relato en los años sesenta, cuando
en Víznar, tener un coche era un lujo, una moto un
privilegio y una bicicleta una necesidad para trabajar. Era
ésta indispensable para buscarse la vida con la venta
ambulante, repartir leche o pan, para hacer viajes de
trayecto corto a Granada o a Huétor, bajar hasta los
tejares de Jun y Alfacar, traer leña de la Sierra,
desplazarse al tajo de siega o escarda alejado del
pueblo...
Tal era el caso de Custodio, hombre emprendedor
que no se achantaba ante cualquier contratiempo y que a
la sazón, casado y con varios "churumbeles" - como él los
llamaba - arañaba de aquí y allá unas pesetillas para
mantener dignamente a su familia.
Víznar se abastecía de pescado de manos de este
hombre que, en su bicicleta Orbea, bajaba hasta Granada
con las claras del día, hacía acopio de una o dos cajas de
pescado, bien provistas de hielo, las cargaba en el
portaequipajes adaptado al efecto y, a golpe de pedal en
los llanos, achuchando en las cuestas y con mil apuros en
la cuesta de la Piedra Gorda conseguía llegar a la Plaza y
pregonar:
- i Vamos niñas, qué los traigo vivos!
¡ Qué se escapan de la caja!
La verdad es que la variedad era poca, pero cada día
eran dos o tres las especies: sardinas, boquerones,
morrallas, jureles, pescaíllas, chanquetes o mariquitas y
icómo no! almejas para los fideos.
De cuando en cuando algo de cazón, calamares,
brótolas, bacalaíllas, pescadas ...
Por lo demás, las gambas, meros, langostinos,
rape, lenguados... eran algo prohibitivo al bolsillo y
además … las mujeres no sabían guisarlos"
He aquí a nuestro "pescaero" que, como cada día,
llega al mercado de la Plaza de La Romanilla, con la
intención de cargar para Víznar su ilusionada mercancía,
que llenará los estómagos de sus agradecidos convecinos
y hará el avío a las mujeres para echar la fiambrera a los
maridos e hijos que han de acudir al tajo:
- Niño, ahí te echo seis panojas de boquerones,
tres pa papa y tres pa el chacho, que están escardando en
los bancales de "La Santiaga".
Qué no tardes ... y no sueltes el cesto en ningún
sitio, que se los puede comer un gato.
Hoy no ha entrado pescado de Motril y Custodio se
encuentra "compuesto y sin novia". Como hombre que no
se amilana, empuña con fuerza el manillar de su Orbea,
sin rumbo fijo pero con claras intenciones de buscar la
vida y consecuentemente llevar la cotidiana soldada a su
hogar, donde le espera la buena María dándole mil
vueltas a la cabeza para que llegue a todo y a todos el
escaso beneficio de la venta del día.
En su merodeo, tropieza con un vendedor que le
ofrece un lote de "trasticos" de cerámica que a buen
precio los trata y los compra en un mocho.
- Maestro, ¿ cuánto quié usté por tó esto?
- Poeh... por seis duros te los puéeh llevar tóos. A ti te
salen a "ral", …vendiendo la pieza a "dosrales" ...
- Gueno va, vamos a cargalos, ech 'usté una mano, guen
hombre.
…y aquí viene nuestro amigo Custodio echando
cábalas cual personaje del cuento de la lechera:
- Esto me lo quitan de las manos.
Efectivamente, era su cargamento un variado
surtido de platicos de loza, pipotillos de barro, algún que
otro pucherico, jarroncicos ... todo ello de tamaño
diminuto que haría mella entre la chiquillería de Víznar,
pues vendría como anillo al dedo para "jugar a las
casicas". Incluso había ya casi compuesto su improvisado
pregón emulando a lo que ya hacían otros pregoneros en
La Plaza, dejando encandilada a la chiquillería:
- i Niñas, tirarse al suelo, romper baberos, que ha llegao
...
Mas no hizo falta pregonar, pues aquel tesoro
infantil venía casi al descubierto y, al llegar a las Casas
Nuevas en el Barrio del Cercado Bajo de Cartuja, ya
algunas madres compraron a sus niñas parte de estos ajuaricos.
Como cada día, camino arriba, los Arcos, la Cañá
del Granaíllo, la Cruz de la Correera y el Cortijo de
Requena ... a la vista la torre de Víznar.
Ya el sol de la mañana aprieta. Custodio saca su
pañuelo que se coloca en la cabeza anudado por los
cuatro picos a modo de improvisada gorra.
…“unas cuantas pedalás por la Jilá y estamos en Víznar",
Echa pie a tierra para atacar la empinada cuesta
de la Piedra Gorda, da un respiro de alivio en la puerta de
Eustaquio y triunfalmente se encamina a la Plaza. Una
vez aquí, como cada día apoya su bicicleta en el tronco
del centenario plátano de Indias que se sitúa ante la
fuente.
En ella refresca sus brazos y se echa una "galfá" de
agua a la cara, se enjuga con el pañuelo que trae a la
cabeza y sin más dilación se lo mete en su bolsillo
apresuradamente, sin quitarle tan siquiera los nudos,
presto a atender a su clientela que, plato en mano, se
acerca con intención de comprar el pescado.
i Ay, que guénos los traigo hoy !
Se le hace un nudo en la garganta eso de pregonar
hoy su inusitada mercancía. Mejor es no pensarlo. Así que
rompe voz en grito con la mano apoyada en la mejilla:
- i Niñas, boquerones de plata !
Bueno, que sea lo que Dios quiera (murmura para
sus adentros mientras frota sus manos mitad nerviosas,
mitad esperanzadas).
No tardan en acudir las vecinas con sus platos de
Fajalauza en una mano y el dinero en la otra. Momentos
de incertidumbre y angustia son los que pasa Custodio.
La caja es la de costumbre pero hoy -¡ vaya sorpresa !- el
pregón ... ( mejor ni pensarlo)
Los niños teníamos propensión a rodear al
"pescaero" pues era su costumbre obsequiamos
amablemente con un puñaíllo de almejas, con
chanquetillos, que nos comíamos crudos, con algún
boqueroncillo que las niñas cogían en sus platicos de
aluminio para "las cocinicas" ...
Otras veces alguna caracola o lapa, un mejillón,
caballito o estrella de mar, un erizo venían entre el
pescado. Con Custodio disfrutábamos la mejor lección de
Ciencias Naturales que jamás hubiésemos soñado, viendo
entre nuestras manos un ejemplar "de verdad" traído de
la lejana y desconocida Mar Oceana.
Así pues, por esta vez fueron los niños su
salvación: Sus infantiles miradas, sus ojos ilusionados, sus
deditos aferrados al borde de la caja, sin atreverse a tocar
nada sin consentimiento de sus madres, sus piececillos,
empinándose, adivinaron el contenido. Se engancharon a
los delantares, lo apetecieron todo, les gustaba todo:
- Anda, mama, cómprame esa orcica. ¡Qué bonica, mama!
- Pues "yo me gusta" un morterico, con su mano de maera y tóo.
¡A vender se ha dicho! La venta estaba
asegurada. El dinero que la madre trae para el pescado
se ha visto parcialmente
invertido en esta imprevista compra.
Era esta caja un muestrario pulcramente ordenado
de todo tipo de "vedriao", hábilmente empaquetado en
tandas y cubierto por virutilla fina para que no se
"esconchara". Lo cierto es que aquella primera capa voló
en pocos minutos de sus manos y se descubrió la
inmediata inferior. Cuál sería su sorpresa cuando al
escarbar entre la viruta, notan todos que no son vasijas
sino figurillas que asemejan un santo. Cambia el
semblante de sus caras ante tan inesperada prenda.
Sigue hurgando y descubre, estupefacto, que todo se ha
tornado en figurines de loza.
Por momentos se le corta hasta el aliento, no
sabiendo qué pensar.
y es mejor no pensar ...
Se incorpora al grupo una "tardona" que aún no
conoce lo que hoy ocurre con el pescado. El corro que se
cobija a la sombra del copudo árbol es caldo de cultivo
idóneo para la chachara y comentario de la novedosa
mudanza de aquella mañana. Esta mujer no echa cuentas
a nada, escucha el parloteo de sus vecinas, suelta
instintivamente el plato en las manos de Custodio y se
enfrasca en la conversación.
Custodio, ni corto ni perezoso (mejor es no
pensar) coloca bromeando unos cuantos "santicos" en el
plato de la marchanta y lo devuelve con ademán de
autómata a sus manos.
- Pero ¿ esto qué és ? , exclama ella con los ojos que se le
van a salir de la cara, abiertos y fijos en el plato.
Las demás mujeres, entre risotadas, toquetean y
pasan de mano en mano aquello que Custodio puso en su
plato, a la vez que dirigen su vista a la caja, demandantes
del curioso figurín.
Eran estos "santicos" del tamaño de un cigarro, con
una peanila cuadrada. Hechos a mano en barro y
posteriormente decorados y vidriados a la usanza
talaverana. De facciones toscas, esbozados con rústicos
trazos los ojos, la nariz y la boca. Se adivinaba sostener
entre los brazos la figura de un niño.
Lo cierto es que aquello se vendió como si de
rosquillas se tratara. Sin el mayor cometario y con la
inercia de que todo el mundo lo compraba "pa el poyo de
la chimenea".
Nadie comió pescado en Víznar. Los niños jugaron
a su costa, las madres llevaron a sus casas un adorno "de
primera" y Custodio a la suya un lustroso jornal que cubrió
por aquel día la necesaria provisión del hogar.
El nuevo amanecer trae su afán y su sorpresa. Pero
ya con la de ayer hubo bastante y Víznar retoma a la
cotidiana normalidad.
* * *
En las tardes de verano, nuestro incansable
Custodio, obsequiaba a sus convecinos con la venta de
"rico helado mantecado" hábilmente elaborado en casa
con una barra de hielo comprada ex profeso para tal
menester cuando adquiría otro tal para conservar fresco
el pescado. Esta barra de hielo, bien envuelta en un saco,
se reservaba para preparar por la tarde helados, que
rudimentariamente despachaba en sus cucuruchos con
una paletina.
- i Al rico helado mantecado !
En una cesta, que otras veces usaba para vender
higos chumbos, aún llevaba algunos "santicios" que, todo
hay que decirlo, habían sobrado. (por si alguien no los
había comprado y "picaba")
Vender helado era un dinerillo extra pero, buena
norma adoptó Custodio:
"helao vendío, helao bebío", era su consigna.
Tras un agotador día, no era para menos beberse
en la taberna dos o tres medianos de vino blanco.
Había en Víznar varias tabernillas, siendo la de
Sánchez asiduamente concurrida por su exquisito jamón.
Entró Custodio en ella y pidió un mediano a Dolorcicas "La
Sanchona" que al momento puso en el mostrador. En un
abrir y cerrar de ojos, de un solo trago, se lo metió
Custodio entre pecho y espalda.
Lanzó un agradecido y comedido eructo a la vez que
soltaba, recto como una vela, un santico encima del
mostrador.
Dolorcicas lo coge llena de justificada extrañeza y
lo observa por todos lados:
- Pero Custodio ¿ Esto qu 'es ?
- Ná, Dolorcicas, ¿ qué va a ser? Un vaso "dos rales", un
santico "dos rales" .... (?)
Ciertamente en este inusitado trueque el poyo de la
chimenea de Dolorcicas llegó a lucir más de una docena
de la ya popular figura.
Hoy es verdad que las sardinas del puerto de Motril
saltan en la caja de Custodio, pues, aparte del hielo, como
siempre, vienen cubiertas por ramas, hábilmente cortadas
en la entrada de la Casería de Montijo y colocadas para
conservar mejor el pescado y librarlo de los rigores del
Astro Rey.
La bicicleta está en la plaza:
- i Vamos niñas, que me come la bulla!
También las avispas merodean alrededor de la caja e
intentan comerse a uno a picotazos. Al despachar a una
vecina, ésta inquiere a nuestro ya sonriente y afable
vendedor:
- Gueno, Custodio, vaya usté a saber qué santo es ese
que ...
Éste, entre burla y aseveraciones tajante y ocurrente le
contesta:
- Mujer, está mu claro ... i San Lorenzo !
¿ No le ves la sonrisa en los labios ?
AUTOR: SALVADOR RUIZ CABALLERO
No hay comentarios:
Publicar un comentario